domingo, 28 de noviembre de 2010

Las mujeres en el ojo de la cámara


En su clásico estudio La loca del desván, las teóricas literarias Sandra Gilbert y Susan Gubar se preguntan (jugando con la semejanza fonética entre pen y penis en inglés): “¿Es la pluma un pene metafórico?” (18). Y responden con una larga serie de citas de autores de diversas épocas que comparan la escritura con la inseminación, y el papel en blanco con el cuerpo de la mujer inseminada. Por mencionar sólo una, el estadounidense John Irwin define la escritura como “una especie de onanismo creativo en el cual mediante el uso de la pluma fálica en el ‘espacio puro’ de la página virgen [...] se gasta y derrocha continuamente el yo” (cit. en Gilbert y Gubar 21). Y cuando no es la página en blanco lo que se insemina, es a las musas. Como sentenció Rubén Darío en las “Palabras liminares” a Prosas profanas (1896): “Cuando una musa te dé un hijo, queden las otras ocho encinta” (183). De alguna manera, a lo largo de la historia los artistas han empuñado no sólo la pluma, sino también el pincel, el cincel y la batuta en un gesto erótico que les ha hecho sentir muy “machos” y los ha convertido en padres de su creación, comparables por tanto al dios judeocristiano, y con la misma autoridad y poder que éste sobre sus criaturas.
Si examinamos las listas de clásicos de la literatura, las colecciones de pintura y escultura de los museos y las partituras que interpretan las grandes orquestas, la escasez de mujeres entre ellas podría llevarnos a la conclusión de que, en efecto, sin pene es imposible crear y que el arte, como el coñac Fundador, es “cosa de hombres”. Sin embargo, dicha escasez ha tenido múltiples causas que nada tienen que ver con la anatomía, las cuales pueden resumirse diciendo que, a lo largo de los siglos, las mujeres se han topado con tres tipos de obstáculos a la hora de convertirse en artistas: para crear, para difundir lo creado y para perdurar en la historia...


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